Terminó. No percibía sus manos, estas estaban congeladas, mientras que sus piernas habían entumecido. ¿Cómo debía sentirse? Acababa de leer la historia de toda una vida escrita con letra temblorosa en unas hojas con tinta diluida, una vida de la cual él había sido el centro. Una existencia que giraba solo en torno a su figura, cada acción, cada elección, todo construido a su alrededor.
Divagó en sus recuerdos, perdiéndose en ellos. Deambulando entre rostros y rostros de mujeres de diversos físicos, mujeres con las que había pasado algún instante placentero de su vida, mujeres sin facciones concretas y sin un nombre que las defina. Trató de recordar algo, algún detalle, algún aroma, la mirada, una sonrisa...Cualquier cosa que le permitiera perfilar la imagen de la desconocida que nunca fue nada, pero que, sin embargo, podría haber sido un todo.
La fría corriente de aire atravesó la habitación, a causa de una ventana abierta. Y eso fue lo que hizo que el escritor reaccionara, se agacho para recoger todas las hojas despilfarradas por la estancia, su visión se desplazó vagamente sobre el escritorio y un jarrón vacío. Nada importante que mereciese su atención.
"Pero, ¿quién… quién te enviará ahora las rosas blancas por tu cumpleaños? Ay, el jarrón estará vacío. Ese pequeño halo de mi vida que te llega una vez al año, eso también se irá."
Se estremeció, ¿hasta qué punto había llegado su desinterés e insensibilidad? No había sido consciente de ello: toda su vida se comportó amablemente, trató de evitar dañar a cualquiera, era correcto en cierta medida. ¿Por qué ahora sentía como si algo se le hubiera escapado? Algo que estaba tan cerca, pero que no era capaz de ver. Una pérdida inminente. En cuestión de minutos, su vida le parecía meramente superficial y hueca. Nada poseía valor.
Las posteriores semanas, sus actos fueron turbios y sin concretar, iba y venía sin un destino fijo, se podría decir que estaba extraviado. Había visitado aquella casa de enfrente, imaginándose a una joven adolescente observándole por la mirilla, ahora veía aquellas simples y aburridas escaleras de una manera totalmente diferente. La ilusión de una joven de unos veinte años subiéndolas a su costado le fascinaba, una muchacha inexperta como cualquier otra, los sentimientos de la cual distaban mucho de ser exclusivo interés.
Más tarde, se decidió a visitar también el Teatro de Ópera, aún sin siquiera recordar de que palcos concretamente se trataba. Finalmente, y quizá la decisión que más esfuerzo supuso, fue asistir a ese establecimiento de nombre Tabarín. No pasó mucho tiempo adentro, tras lo que rehízo el camino de vuelta a su apartamento. Subió las escaleras temblorosamente, sin ese paso firme y ligero que le caracterizaba, tal vez porque el recorrido estaba por terminar y aún no conseguía reconstruir el perfil de esa extraña.
Los años pasaron, el escritor envejecía, pero una vez al año un ramo de rosas blancas que él mismo compraba, rellenaban el hueco de ese jarrón de cristal azul, sin dejar caer en el olvido la sombra de una desconocida que nunca pudo reconocer.
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